En el Buenos Aires International Fashion Film Festival miré
un Fashion Film en Realidad Virtual. Me pusieron una especie de smartphone
casquito y unos auriculares como los que uso para andar por la vida. El mundo
desapareció. En vez de eso estaba en una habitación a oscuras guiada por luces.
Miraba hacia arriba, luces. Hacia abajo, luces. A los costados, luces. Cuando
volví a la Realidad-Realidad vi a la hermana de Calu Rivero y al papá de Calu
Rivero. Había más gente haciendo fila, pero ellos pasaron primero entre fotógrafos y la hermana de Calu Rivero movía las manos para las cámaras haciendo como que podía verlas en la realidad virtual cuando yo probé y no, no se puede. Por eso es parcial y todavía, en parte, no vivimos ahí. No, pero sí. Al día siguiente en la oficina charlamos y nos preguntamos si el futuro no será así, todos enchufados a una realidad virtual en donde cada uno tiene la cara y el cuerpo que quiere, que aprende habilidades con barritas como los sims, viviendo una vida paralela en Internet mientras que en carne y hueso sólo se sientan en el sillón a actualizar Instagram con fotos que editaron en Photoshop. Con miles de likes y millones antes de bajar al quiosco en pantuflas y no saludar a nadie conocido en la calle. Y no estamos tan lejos, la realidad virtual existe y recién ahora la tecnología acompaña para que podamos sumergirnos, literalmente, en nuestros teléfonos.
Las redes sociales, como los medios de comunicación, muestran un fragmento. Y lo que se elige mostrar no es nada inocente. Para algunos sí, para otros no. Y para los que sí, es un medio para un fin. Eso también construye realidad -porque hay tantas realidades como personas-. Cualquiera que haya pensando un poco en el asunto -o carreras de comunicación, publicidad, marketing y afines- sabe que lleva tiempo, pero que construir subjetividad y que piensen de algo lo que querés que piensen es viable. Con esto no subestimo a nadie, sólo que quizás en algunas cuestiones no estamos lo suficientemente atentos. Lo mismo sucede con las redes . Podés posicionarte y verte como te gustaría, proyectando lo que querés ser y buscar oportunidades para que suceda. Los casos de éxito en Internet pasaron de fénomeno del pasado a requisitos del presente. Inclusive para muchos trabajos en los medios eligen personas con un rango más alto de seguidores o posicionamiento digital.
Hace un par de meses pensé que de haber sido adolescente en tiempos de Instagram no hubiese sobrevivido. Lo pienso seguido. No sé cómo hacen. La presión de las redes por alcanzar una perfección que no existe es terrible. La comparación constante y cada vez mayor. Siempre estuvo ahí pero antes, si no querías verlo apagabas la tele o cerrabas la revista. Ahora está en todos lados, ves aunque no quieras -porque aislarte completamente de Internet tampoco es la solución-. Últimamente inclusive algunos filtros de Snapchat te cambian la cara y te afinan los rasgos. Uno nunca tendría que querer ser lo que no es, lo que le muestran. Menos lo que muestran las redes sociales. Una foto es una foto, una perspectiva, una captura de un momento, una imagen que no explica si esa chica o ese chico se mata 3 horas en el gimnasio por día porque trabaja de eso, cuánto maquillaje tiene, si es de un fotógrafo profesional -como la mayoría de las cuentas hacen últimamente-, o está photoshopeada. Si pasó horas acomodando una taza para que se viera perfecta, si realmente disfruta su café, si está leyendo ese libro o sólo lo usó para la foto.
La percepción es relativa. Con esto me refiero a que la popularidad cambia con los escenarios. Me imagino dos casos. El primero, el de una Instagramer con cientos de miles de seguidores. El segundo, el de una chica aparentemente normal en un pueblo de 5.000 habitantes sin Internet. Probablemente, por lógica de nicho, los seguidores de la Instagramer no conozcan a la chica ni las personas del pueblo a la Instagramer, pero cada una es valiosa en su espacio. En Internet, en las comunidades, en la vida, todo es relativo. A veces me sorprendo descubriendo YouTubers famosísimos con millones de seguidores y me pongo a pensar de cuántas cosas masivas-pero-no me estoy perdiendo. Es que también la masividad en Internet se conforma en nichos que, a menos que uno sea parte, uno ni se entera. Un fragmento de la población ignora cosas que millones de personas conocen y viceversa.
Las redes sociales, como los medios de comunicación, muestran un fragmento. Y lo que se elige mostrar no es nada inocente. Para algunos sí, para otros no. Y para los que sí, es un medio para un fin. Eso también construye realidad -porque hay tantas realidades como personas-. Cualquiera que haya pensando un poco en el asunto -o carreras de comunicación, publicidad, marketing y afines- sabe que lleva tiempo, pero que construir subjetividad y que piensen de algo lo que querés que piensen es viable. Con esto no subestimo a nadie, sólo que quizás en algunas cuestiones no estamos lo suficientemente atentos. Lo mismo sucede con las redes . Podés posicionarte y verte como te gustaría, proyectando lo que querés ser y buscar oportunidades para que suceda. Los casos de éxito en Internet pasaron de fénomeno del pasado a requisitos del presente. Inclusive para muchos trabajos en los medios eligen personas con un rango más alto de seguidores o posicionamiento digital.
Hace un par de meses pensé que de haber sido adolescente en tiempos de Instagram no hubiese sobrevivido. Lo pienso seguido. No sé cómo hacen. La presión de las redes por alcanzar una perfección que no existe es terrible. La comparación constante y cada vez mayor. Siempre estuvo ahí pero antes, si no querías verlo apagabas la tele o cerrabas la revista. Ahora está en todos lados, ves aunque no quieras -porque aislarte completamente de Internet tampoco es la solución-. Últimamente inclusive algunos filtros de Snapchat te cambian la cara y te afinan los rasgos. Uno nunca tendría que querer ser lo que no es, lo que le muestran. Menos lo que muestran las redes sociales. Una foto es una foto, una perspectiva, una captura de un momento, una imagen que no explica si esa chica o ese chico se mata 3 horas en el gimnasio por día porque trabaja de eso, cuánto maquillaje tiene, si es de un fotógrafo profesional -como la mayoría de las cuentas hacen últimamente-, o está photoshopeada. Si pasó horas acomodando una taza para que se viera perfecta, si realmente disfruta su café, si está leyendo ese libro o sólo lo usó para la foto.
La percepción es relativa. Con esto me refiero a que la popularidad cambia con los escenarios. Me imagino dos casos. El primero, el de una Instagramer con cientos de miles de seguidores. El segundo, el de una chica aparentemente normal en un pueblo de 5.000 habitantes sin Internet. Probablemente, por lógica de nicho, los seguidores de la Instagramer no conozcan a la chica ni las personas del pueblo a la Instagramer, pero cada una es valiosa en su espacio. En Internet, en las comunidades, en la vida, todo es relativo. A veces me sorprendo descubriendo YouTubers famosísimos con millones de seguidores y me pongo a pensar de cuántas cosas masivas-pero-no me estoy perdiendo. Es que también la masividad en Internet se conforma en nichos que, a menos que uno sea parte, uno ni se entera. Un fragmento de la población ignora cosas que millones de personas conocen y viceversa.
¿Las redes sociales mienten? No, muestran fragmentos, imágenes fuera de contexto, una parte que no representa el todo, un recorte, un cuento. Tampoco Instagram o Facebook tienen la culpa, exacerban la conducta humana de representar las diferentes valoraciones en un entorno determinado. O sea, lo que creemos que pueden creer valioso. Representan una comunidad. Todo fenómeno en Internet, a la vez, se transforma con el uso. Eso explica la dinámica digital en la que nosotros hacemos que un producto funcione o no. Depende de nosotros, quizás dejar de querer ser perfectos sea el primer paso para alivianar la presión de futuras generaciones y mostrar una mirada más completa de la vida. Porque es todo, lo bueno y lo malo.
Los números en las redes sociales son útiles para el mercado, para la publicidad, para el marketing, para la promoción profesional. La vida real es otra cosa. Y puede ser que algún día la realidad virtual supere a la tangible, un poco ya estamos ahí. A mí me gustan las redes, las uso, y a veces me funcionan pero si me preguntan creo que siempre voy a preferir -como dice un amigo- lo que se pueda abrazar.
2 comentarios
"...quizás dejar de querer ser perfectos sea el primer paso..."
A pesar de que entiendo la perspectiva del comentario, me hizo ruido esta frase. Creo que aspirar a la perfección sí es el válido, pero es drásticamente necesario redefinir el concepto de perfección. Natural es perfecto. Sincero es perfecto. Falso, superficial, desinteresado, irresponsable, eso no es perfecto, no importa en qué envoltorio venga, qué coche conduzca o que talle de corpiño necesite. Miles de seguidores que en realidad buscan otra cosa que lo que ella pretende ofrecer, eso no es perfecto, ni tan siquiera un poquito sano. Mientras que la aspiración sincera de la auto-realización, el intercambio de crecimiento intelectual, y el fomento de valores éticos, todos son perfectos en cualquiera de sus formas, y estaría genial que todos aspirásemos a ello.
Me gustó mucho tu punto de vista. Hablo del concepto desde el lugar más común, lo convencionalmente perfecto. Desde el modelo de persona exitosa hasta el 90-60-90. Pero está bueno poner la palabra en duda, a menudo uno se encuentra -muchas más veces de las que cree- con gente perfecta aún con sus defectos.
Aspirar a la perfección, como ser perfeccionista, como aspiración para sacar lo mejor de cada uno está genial pero no para seguir un parámetro. O en todo caso que el parámetro sea ser lo mejor que uno pueda ser. Es tarde, estoy quemada y no sé si se entiende pero me copó lo que dijiste!
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