“Verano de 1995. La casa de mis abuelos en Comodoro Rivadavia. Un patio soleado, el rumor de los frutales castigados por el viento, el agua de las mangueras chisporroteando arco iris. Todas las tardes, mientras los demás dormían la siesta, yo jugaba a que era hombre de campo, explorador, aventurero. Andaba de rama en rama, me inventaba hazañas en voz baja. A las cuatro, cuando todos despertaban, bajaba del árbol y entraba a la casa con los pies embarrados: en la cocina, mi abuelo sentado de cara a los rayos del sol; mi abuela parada junto a él, cebándole los mates. Hasta ese enero había presenciado cientos de veces la misma escena, durante diecisiete veranos en el mismo rincón en medio de una Patagonia polvorienta, la tierra prometida de un tiempo que entonces suponía eterno. También esa vez la calma de la tarde pueblerina se rompió cuando el abuelo saltó de su silla para avisarnos que un colibrí revoloteaba el bebedero. ¡Enzo!, gritó con un entusiasmo que rara vez demostraba, ¡Enzo!, ¡el colifrí!, ¡el colifrí! Y yo me quedé mirando esas plumas aceleradas, ese vuelo fugaz, ese zumbido en el aire” escribió Enzo en una carta de amor para Comodoro publicada el 23 de enero por Clarín. Cada verano Enzo vuelve buscando calma, inspiración, cerros e infinitos. Cada año, visita la calle Hermenegildo Bóscaro, nombrada en honor a su abuelo y sube el cerro Hermitte. En 2010 publicó su primera novela “Ruda macho”, después El Impostor (2011), “Electrónica” (2014), “Hágase usted mismo” (2018).
Diecisiete veranos en Patagonia, en Comodoro…
Mi mamá es de Comodoro. Nacida y criada, como le gusta decir. Mis abuelos eran de Km.3, ahí yo pasé todos los veranos de mi infancia. Vivía en Buenos Aires pero íbamos todos los veranos hasta los 18 años. Primero murió mi abuelo y después mi abuela. Iba siempre y tengo mucho apego. La casa de mis abuelos quedó para mi familia, así que cada verano vuelvo, no tanto tiempo como antes, pero sigo eligiendo el mismo lugar.
¿Qué es lo que más te gusta?
Primero es como una contraposición muy fuerte con respecto a Buenos Aires. Lo trabajo mucho en mi último libro “Hágase usted mismo” en la persona que vive en Buenos Aires, encerrada, oprimida. Cuando era chico mi espacio de juego era un balcón en Avenida Corrientes, no veía más que autos y un montón de gente, las copas de los árboles y no mucho más que eso. Enrejado. Mientras que cuando venía a Comodoro y bajaba del aeropuerto tenía la inmensidad, la libertad. Hay poca gente con respecto a Buenos Aires, tenés el desierto, el mar, el viento, la naturaleza tan presente que te pega en la cara. Las manos ásperas. Para mí era el encuentro con la vida. Todos mis recuerdos de la infancia son de Comodoro, el único recuerdo que tengo de Buenos Aires es estar en el living al lado del ventanal mirando a la gente por la calle solo o como mucho leyendo pero no de estar corriendo, jugando, trepándome a un árbol. Eso es Comodoro para mí y cuando voy, voy a recuperar eso. Voy a la misma casa, a los mismos lugares, subo el mismo cerro, voy a Caleta Córdova a pescar, trato de hacer los mismos ritos porque son los que me hicieron feliz.
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