Perder el miedo a equivocarse

 


No sé ustedes pero yo le tenía bastante terror a equivocarme frente a los demás. Me acuerdo que en el colegio siempre levantaba la mano al principio de cada trabajo práctico porque sabía que, entre 20 o 30 chicos, no me iban a volver a preguntar. Levantaba la mano en la respuesta que sabía, en la que estaba segura, especialmente en Literatura, Música o Plástica y temblaba cuando me llamaban para hacer un ejercicio de matemática, física o química delante de todo el aula. Era malísima, pero a todo eso se le sumaban los nervios de no saber y peor, de que los demás se dieran cuenta de que no sabía. En la universidad eso cambió porque elegí la carrera en base a las materias y jamás volví a tocar una tabla periódica. Pero sí me quedó el calorcito que te sube cuando te equivocás frente a todo el mundo y encima te ponés roja porque pocas cosas son menos sutiles que un adolescente. Todavía uno no tiene tan instalado el cosito de pilotearla, claro que al cosito de pilotearla lo adquirimos en base a papelones. O lo que pensamos que son papelones, porque al día siguiente nadie se acuerda y probablemente en ese momento a nadie le importe y quizás solo están pensando “ojalá no me llame a mí ojalá no me llame a mí”.

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