El día después


El día después es por lo general el mismo día pero sin dormir y es el más difícil. Todo se ve bastante opaco. Podría ser culpa del clima pero no, en este caso el sol no haría ninguna diferencia. Camino las primeras cuadras sin entender cómo estoy en un lugar si hace un par de horas estaba en otro. Me apuro. Quiero llegar, tengo cosas que hacer, también bastante sueño pero no importa. Esta vez usé un sweater de almohada, me apoyé en la ventanilla y ni sentí el despegue. Mejor, me asusta. Dormí dos horas que parecieron por lo menos seis. Cada vez que el ascensor sube me pregunto qué estoy haciendo pero, en realidad, nunca sé muy bien qué estoy haciendo. No me parece mal, casi siempre me acerco bastante.  Sí tengo miedo de alguna vez quedarme dormida, despertarme muy lejos y que ya no quede tiempo, pero eso es otra cosa. El día después por lo general trabajo, intento hacer las cosas que hacía o que pensaba que hacía. Salgo de la oficina y compro cucherías para distraerme un rato. Nada demasiado útil, cosas que parece que necesito pero que en realidad no. Esta vez fueron invisibles, moñitos, hebillas para el pelo, quitaesmalte, una mascarilla de pepino y té verde y un gel para los granitos -no se van nunca más-. Nada realmente indispensable. Fin de mes significa deadlines y los deadlines significan seguir trabajando después del trabajo. No me quejo, pocas cosas me gustan más que escribir. No me molesta, mejor que sobre y no que falte. Me quedé un rato largo bajo la ducha pensando que cuando me mudé sólo salía tibia, casi fría, y ahora está hermosa. Quizás ahora todo parezca tibio casi frío y después todo sea hermoso. Ahora no puedo pensarlo, el contraste se siente y es insoportable. Estoy lejos.

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