Cómo no convertirse en desierto



Carlos Nuss dice que es la suma de todas las personas que conoció, los textos que leyó y que entiende el arte como un acto colectivo. Con luces y sombras, de barro y piedra, recorremos parte de su historia a través de sus palabras.

Naciste en Entre Ríos y en el 2009 llegaste a Comodoro ¿Qué te trajo? 
Llegué acá como muchos, en busca de trabajo. Me ayudó mucho la familia Leinecker, a quienes les voy a estar agradecido siempre, amigos de Concepción del Uruguay (la ciudad donde vivía) que ya hacía años que estaban acá. Fueron años de introspección, por esos años casi no escribía, mucho menos pensaba en publicar algún libro. Los años anteriores había trabajado en un frigorífico; esos oficios te moldean el espíritu: era un buey que me levantaba tempranísimo, trabajaba, volvía a casa, me ocupaba de mi familia y al otro día lo mismo. Pero a poco de llegar acá, pasada la expectativa inicial de llegar a un lugar nuevo, entré en una especie de varamiento. Hace poco hablaba con una persona que también es oriunda de Entre Ríos sobre eso: esta persona me contaba que dejó de caminar¸ no podía. Yo buscaba el verde, característico de la vegetación entrerriana, y no lo encontraba; cosas como esas te hacen entender que el clima, el ambiente se impone sobre la persona. Me parecía que esta tierra no me quería, y si la dejaba, me iba a convertir en desierto. 

¿Cuándo empezaste a escribir? ¿Gusto o necesidad?
Me recuerdo desde siempre más como lector que escribiendo. Siempre estaba con una historieta o un libro. De chico me leí los clásicos: Verne, Salgari, Horacio Quiroga, Jack London, Bradbury, etc. De adolescente me llegaron las lecturas de Amado Nervo, Benedetti, Galeano y Pizarnik, que cambiaron mi visión del mundo. Me recuerdo mucho en esa época escribiendo sin ningún método ni expectativa; escribía mucho y de calidad ambivalente. Y en un momento dejé de hacerlo. Empecé a escribir de nuevo ya estando en Comodoro, en esa etapa de introspección de la que hablaba; pero no como una especie de lamento o catarsis. La escritora barilochense Graciela Cros dice en un poema: “Escribo para saber cómo pienso”. Era es eso; es, aún hoy, eso: tratar de entenderme a mí mismo primero para tratar de entender lo que me rodea después. En ese proceso fui encontrando y conociendo personas valiosas: Ezequiel Murphy, que lo conocí en la feria del libro de 2014, un día que estaba de muy mal humor, siempre pienso que si me hubiera guiado por aquella primera impresión no seríamos hoy amigos ni habríamos hecho lo que vino después -risas-. También a Rubén Gómez, a Héctor Allende que es como un imán que une voluntades, mucha gente que aprecio. Esas personas hicieron que en la tierra en la que buscaba el verdor finalmente crecieran flores , y no se convirtiera en desierto. Porque uno es un ser colectivo; soy la suma de todas las personas que conocí, todos los textos que leí; el arte lo entiendo como un acto colectivo. Escribir un texto, que parece ser un acto solitario e individual, es el producto de todo un bagaje en el que se vuelcan vivencias que nunca son propiedad de una sola persona. Sería más justo que al finalizar un libro, un poema, firmaran todas las personas que fueron y son parte de mi vida. Y además está quien lee, que a veces es olvidado en esta ecuación; un texto termina de tener sentido cuando es leído por alguien, cuando significa algo para alguien. Soy de pensar que el proceso de escritura se termina con el lector, siempre.

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